Siempre digo que todo empezó cuando empecé a leer a Aniko, la dueña de viajandoporahi, que ya mencioné. Me acuerdo que estaba en la casa de mi abuela, leyendo como de costumbre la revista La Nación que le dejan todos los domingos abajo de la puerta.
Resulta que hace unos años, hubo una nota que me llamó particularmente la atención. No era el artículo en sí, que hablaba del Macchu Picchu si mal no recuerdo:era la explicación de la autora. “Aniko Villalba tiene 27 años, escribe mientras viaja por el mundo en su blog viajando…” Me acuerdo que mi mente cerrada de aquel momento (de la cual me avergüenzo por el siguiente comentario) me dijo “ Seguro una mina que nació con plata, si no, no se puede”.
Pero la curiosidad mató al gato. Aunque en este caso, al prejuicio. Unas horas más tarde entraba al blog de la persona que cambiaría mi punto de vista de todo. Siempre me pregunto que hubiese sido de mi vida si nunca hubiese abierto LN ese día, si nunca hubiese tenido la costumbre de ver ese bendito horóscopo, si mi abuela no comprase el diario los domingos …
Resulta que ahí me picó el bichito viajero. Se me dió por querer viajar.
La realidad es que siempre tuve una conexión bastante importante con lo de “afuera”. La misma que después me llevó a estudiar turismo, es la misma que hacía que cuando caminaba por el centro con mi mama de más chica y veía a una persona alta, rubia, extrañamente blanca, con anteojos, bermuda, cámara colgando y mapa en mano automáticamente le preguntase “excuse me , you need help?”
Toda la vida amé al turista. Esa persona que se había tomado un avión desde vaya uno a saber que parte del mundo y aterrizó en Buenos Aires, en mis pagos. Saber que le había llevado a venir acá, que le gustaba, que no, que lo movía a hacer lo que hacia. Encima debe haber pocos seres en este planeta que hablen tanto como yo, entonces siempre que me topaba con alguno terminaba hablando y hasta recibiendo invitaciones hacia sus países de residencia si eventualmente iba para allá.
Una anécdota que siempre voy a recordar fue la de la escocesa. Siobhan.

Yo tenía diecisiete, todavía no había volado nunca y me había tocado ir a despedir a mi prima a Ezeiza, que se tomaba un vuelo directo a Roma a encontrarse con un italiano (con el que termino enamorándose virtualmente gracias a una llamada equivocada vía Skype) Resulta que ya en ese momento los aeropuertos me causaban un éxtasis poco explicable, por mas que siempre me tocaba quedarme con la intriga del que había del otro lado una vez que despedís a la persona. Me generaba mucha curiosidad saber que había del otro lado de esa “puertita” desde donde veías las manos de tu familiar agitarse por ultima vez. Y sumado a esa cosa de ver gente de todos lados del mundo con valijas, mochilas, ir y venir. No dejaba de preguntarme cuando era mi turno.
La cuestión es que una vez que despedimos a Cami y nos sacamos un par de fotos en el stand de Alitalia, nos fuimos con mi tía a tomar el 8, ese colectivo eterno que después de dos horas y media de viaje, te deposita en el centro porteño.
Cuando estábamos por subir al colectivo, adelante nuestro había una chica rubiecita, con una mochila que por poco no la superaba en altura. Me dió entre ternura y gracia, que quisiera pagarle al chofer en euros en lugar de con la SUBE, así que le dije “don’t worry, I pay for you”. Me agradeció mucho y se puso contenta de que alguien hablase inglés en Argentina. Estaba mochileando por Sudamérica, venia desde Chile y era de Aberdeen, una ciudad al norte de Escocia. Y las dos horas siguientes de viaje fueron suficientes para que nos contemos vida y obra de cada una, mientras me tocaba ser la traductora del grupo (Mi tía y unas amigas de mi prima). Ella estaba encantada de escuchar historias de gente local. Un rato más tarde, le explicamos que no aguantábamos mas el colectivo y que nos bajábamos para tomar el subte A en Avenida Rivadavia para hacer más rápido y si quería venir con nosotras. Obvio que como toda mochilera, aceptó la invitación genuina de un local y la terminamos invitando a comer. Aunque fue ella la que me invitó a mi, en agradecimiento a lo del boleto. Nos comimos unos combos en el Burger King de Perú y Rivadavia, y después le expliqué como llegar hasta su hostel y nos despedimos. Unas semanas más tarde me pondría en un comentario en facebook “thank you so much Carla, you are my BA angel”.
Esta es una de las que más recuerdo, todavía sigo viendo sus fotos en Instagram acampando en el Himalaya, cruzando desiertos australianos, etc. Pero la realidad es que con gente así me fui cruzando un montón y todos fueron sembrando esa manía de querer conocer el mundo. Ciudad que leía, ciudad que tenia que googlear y ver donde quedaba. Ciudad que quería conocer. No importa si era Nueva Delhi o Gobernador Virasoro en Corrientes, escrita en el paquete de yerba que estoy consumiendo, no. Quería ir a todos lados. Quiero, mejor dicho. Sabía que cuando fuese grande quería ser yo Siobhan, la chica recién llegada a un país nuevo con la mochila, con la valentía de ir sola (contra todos los contras que eso implica) , sin saber (o si) el idioma, hablando con gente nueva, sumergiéndome en una cultura diferente.
Mas leía el blog de Aniko, mas me metía en este mundo de gente que dejaba su ciudad y casa de origen y salia a ver que onda por ahí. Me pasé horas leyendo a otros bloggeros, y las anécdotas de gente ayudándolos en rincones recónditos del mundo.
Mas leía, mas me dejaba de interesar lo que decían los medios. No me creía eso de que el mundo era tan feo. Empecé a plantearme de forma muy inocente (pero firme) que los medios solo te muestran las cosas feas y tristes, las que la gente se acostumbra a consumir. Dejé de ver tele y empecé a preguntarme por que a nadie se le ocurrió abrir un diario o un canal para contar cosas lindas. Y no me interesa que me digan que soy inocente, chica, naif. Lo creo y los pocos y cortos viajes que hice hasta ahora no hicieron más que alimentar eso y probarlo.
Con el tiempo estudié para ser guía de turismo. La suerte que tuve de haber tenido a mi tía profesora de inglés de chiquita me llevó a empezar a trabajar desde chica.
En medio de eso, un día me llega un mensaje de mi tía que vive en Miami. Yo estaba en plena clase de Geografía Social, la materia mas odiada de toda mi carrera. El mail tenia unas letras, hasta el momento, desconocidas para mi. Decía algo asi como EZE-IAH-MIA . Vuelta: MIA-ORD-IAH-EZE. Me estaba avisando que en menos de una semana (ese jueves, era lunes) tenia que subirme a un avión sola por primera vez (al fin!) y tenia que arreglármelas y hacer escala en 3 de los aeropuertos más grandes del mundo (como todo en Estados Unidos) : Houston, Miami, Chicago. Sola. Las iba a visitar e ir lejos de la Argentina por primera vez. Estaba tan en shock que me tuve que ir de la clase. Clase de una materia que después dejaría ,sin saber, que me costaría un año de carrera.

No solamente fue la primera vez en avión (no perdí ninguna conexión ni me perdí en esos mega aeropuertos, lo cual era toda una victoria en sí misma) sino que también fue la prueba de lo que por suerte, vendría después. Nunca había estado en otro país y menos sola, y el hecho de que mi tía trabajase todo el día me obligaba a salir a pasear sola. Subirme a medios de transporte nuevos, averiguar, preguntar, no perderme, prestar atención a carteles en otro idioma. Estaba completamente fascinada. La cantidad de argentinos que había en Miami me había hecho descubrir lo lindo que es escuchar tu acento cuando estas tan lejos de casa y también, me había servido para darme cuenta que no todo en un viaje es lindo y no porque visites tal ciudad te tiene que gustar todo. Volví re feliz de haber visto a mi tia y a Vicky, de haber conocido Disney, pero Miami solo me había parecido edificios altos: las playas no tenían onda, me dolía en el cuore ver el mate reemplazado por el vaso de Starbucks y a las aguas las había bautizado “Lago Caribe”, porque el mar no se movía. Contrario a todo, el edificio que más me había gustado era uno cubano, la Freedom Tower, un estilo español que rompía con todos los modernos de su alrededor. En definitiva, ese primer viaje me sirvió para darme cuenta que cuando se viaja, no todo es color de rosa.

Al año siguiente, 2015, me tocaba nuevamente pisar los EE.UU. Esta vuelta había decidido irme sola a Canadá, aprovechando que tenía familia en Montreal, la principal ciudad de la parte francofona.
Como los vuelos directos a ese país eran imposibles de pagar para una simple cajera de McDonald’s, lo más barato era tomar uno por Aerolíneas Argentinas hacia Nueva York, y de ahí tomar un tren que cruzase la frontera

En Nueva York no tengo familia. Nunca me voy a olvidar cuando le pregunté a mi mamá que le parecía si tomaba “un vuelo para llegar temprano, recorrer durante el dia la ciudad y tomar a la noche el tren a Montreal” (no olvidemos que tenia 19 años, still a baby!) Su respuesta fue: “ay Carla, si vas a estar en NY para eso quedate 3 días y despues cruzá”. Creí que estaba loca, que mi mamá había estado drogandose o me sentí de repente parte de esa publicidad del Banco Francés que le dice “estas dulce, vos fuiste al frances no?” No podía creer que mi vieja me estaba dando el OK para ir SOLA completamente a una ciudad tan enorme como NYC y que encima la propuesta nacía de ella. (Mi mamá jamás me impidió hacer nada, pero es extremadamente miedosa)
Una semana más tarde, tenia los pasajes. En Julio volaría y pasaría 3 días en la Gran Manzana, antes de tomarme un tren hacia Niagara y de ahí otro hacia Montreal.
Nunca me voy a olvidar la sensación de soledad que me agarró ahí una noche. Habia conseguido un hostel bien ubicado, cerca del Madison Square Park, y después de haber estado caminando todo el día, había pasado por un McDonald’s por una ensalada, pero me pareció mejor comerla en mi habitación. La sensación de estar sentada ahí y de escucharme los latidos del corazón fue impresionante. Mi familia estaba a 12000 km en Buenos Aires, mi tía en el país, estaba en Miami, y el resto de la familia estaba en Canadá. Era la primera vez completamente sola.
Pero estaba maravillada, comprobando yo misma eso de que la gente no es tan mala, la hospitalidad del local, la buena onda que uno mismo atrae. Pero lo que no sabía era que esos 3 días sola, al final, serian 7.

También volví a confirmar eso de que hay que viajar y ver por si mismo las cosas, sacar las propias conclusiones: Después de hacer el Central Park en bicicleta de sur a norte lo bauticé como los Lagos de Palermo y las Barrancas de Belgrano (dos parques muy grandes y conocidos en mi ciudad) todo en uno y mas grande: No tiene nada de anormal. Es un parque como cualquier otro y me dí cuenta que lo turístico no me causaba la misma sensación que al resto. Perdí todo un día yendo en bici a sacarle fotos a un barrio en Brooklyn que , había leído por ahí, había mucho arte urbano. Cuando efectivamente después de 1 hora de pedaleo sin GPS llegué, era tan pero tan turbio que no me animé a sacar la cámara y por primera vez temí por mi vida. Eran escenas de película las que estaba viendo. Ahi había acción enserio. Y hablando de película, lo que mas me gusto del anterior parque fue, enfrente, el edificio que hacía las veces de departamento de Blair Waldorf en Gossip Girl. Porque uno cuando viaja, viaja como quiere y ve lo que le pinta.
En definitiva, (En bref, como dirian los franceses) estos primeros pasos viajeros no hicieron más que demostrarme que es una forma de vida la cual quiero seguir, nose si para siempre, pero si por un bueeeeen rato. Que todo pasa por algo y que las cosas que te pasan en un viaje y/o la gente que conoces pueden definir directa o indirectamente tu siguiente viaje: Ahora mirando para atrás , me doy cuenta que Montreal, a donde llegaría después de un tren de 5 horas,previo paso por Toronto, definió muy claramente uno de mis siguientes destinos: Francia, desde donde escribo esto y en donde me encuentro fija hace 7 meses. Porque hace 10 meses que es mi turno de ser Siobhan.