«Napoles es otra cosa». Así es como definieron mis compañeros de trabajo a su ciudad, el día que les dije que viajaba para allá. Habia estado los últimos meses escuchando hablar de Napoles, de cuan distinta es al resto de las ciudades europeas e italianas, de lo diferente de su gente, del café, de la pizza, etc. Pero sobre todo, los napolitanos me habían hablado de Napoles con tanto amor y orgullo, que realmente necesitaba ir para allá para entenderlo. Nunca escuche ninguna otra nacionalidad (muchos de ellos no se consideran italianos, sino napoletanos) llenarse tanto la boca como ellos.
Pero mis ganas de conocerla vienen desde mucho antes de estar rodeada 24/7 por napolitanos: Cuando en junio de 2017 viajaba por Italia y me cruzaba con algún argentino que ya había estado, me decía: «En Napoles tienen devoción por los argentinos» o hasta llegue a escuchar «fui a un café, me preguntaron de donde era, dije que era argentina y no me hicieron pagar» . No me imaginaba tales situaciones, así que tenia que ir algún día.

Y fui! Después de 14 horas de viaje en micro desde Niza y un cambio en Roma, llegamos a Metropark, la estación central de buses de Napoles. Y automáticamente sentí que me había ido de Europa. Los argentinos tenemos un imaginario general de Europa como “ordenada, civilizada, limpia” y ‘esto en Europa no pasa’ es TT todos los días en nuestro vocabulario. Bueno, Nápoles está justamente en Europa para romper la regla. Pero, lo que tiene de incivilizada lo tiene de accogliente o acogedora, si se quiere. Los napolitanos son en general, como los argentinos (o mejor dicho nosotros somos como ellos): desde que llegué que ví como las señoras se hablaban de balcón a balcón, vi al almacenero tardar en atenderme por seguir la charla con el vecino, y cada vez que llegué a alguna casa me ofrecieron casi automáticamente café, que cumple la misma función social que el mate.

Un estudio sociológico asegura que Napoles es la ciudad europea con la idiosincrasia mas parecida a la de Buenos Aires y a medida que avanzábamos con el auto, podía confirmarlo. Siempre con el Vesubio de fondo, aquel volcán que supo destruir la vecina Pompeya en el año 79 D.C., Napoles se empezaba a mostrar como desordenada, ruidosa, caótica. Rasgos que, acostumbrados al orden francés, automáticamente me llamaron la atención y a la vez me parecían familiares.
Gente cruzando fuera de la senda, limpia vidrios en los semáforos, ropa colgada en el medio de la calle y hasta motociclistas sin casco, son algunas de las escenas que observaba como si fuese un dejavú. Todo esto ya lo había visto, pero en Buenos Aires.
Napoles es así, humana, imperfecta, real. Los napolitanos tienen una forma de ser bastante particular, intensa. Creen, veneran, aman, defienden lo suyo. Si no me creen, dense una vuelta por el Bar Nilo, un cafecito que se encuentra en el barrio viejo y donde exponen muy orgullosamente «el pelo de Maradona» o sus lagrimas. Es más que un café, una suerte de templo para el controvertido ex futbolista. Si nadie es profeta en su tierra, bien el Diego podría ser el mejor ejemplo: lo es en Napoles.

Tuve que indagar un poco más para entender porque este personaje tan controversial en nuestro país es tan, pero tan amado en Napoles. Y resulta ser que en el momento en que el 10 llegó a Napoles, el equipo andaba igual de bien que River en el 2011. Es decir, a punto del descenso. Y esto no ayudaba al orgullo napolitano, sintiéndose marginados y relegados desde siempre respecto al norte de Italia. Entonces llegó Diego para poner las cosas en su lugar: Napoles en lo más alto del país. ¡Y del mundo! Maradona les dió visibilidad mediante este canal tan hermoso que es el fútbol.
Cabe destacar que, como mencionaba al principio del texto, Napoles es una ciudad de gente humilde y trabajadora, como en Buenos Aires y, sobre todo, Villa Fiorito. Imposible que Diego no se sintiese en casa e imposible que los napolitanos no cayesen rendidos: su ídolo, ese que los puso en lo más alto de nuevo, encima venía del mismo contexto social que ellos. Romance asegurado.
En cuanto a la gastronomía napolitana, creo que en Napoles hay que destacar tres puntos importantísimos:
CAFÉ
El café de Napoles es algo que realmente hay que probar. Debo admitir que los napolitanos me tenían un poco cansada, pensé que exageraban. Siempre me hablaban del café napolitano como el mejor de mundo, y realmente pensé que se trataba de un exceso de orgullo. Pero tenían razón. Esta vuelta, si. El café napolitano es de lo mejor que probé y es por eso que le dedicó un pedacito de post.
Los que me conocen saben bien que no soy para nada exquisita ni complicada con los sabores. Pero me veo en la obligación de reconocer que a partir de que probé el café en Napoles, ha dejado la vara alta y ya no tomo cualquier café. Aprendí que el mismo debe ser cremoso, debe tener cuerpo. Y en el caso del capuccino (café con leche) que es lo que tomo yo, el azúcar debe tardar en decantarse. Cuanto más tarda el azúcar, mas cremoso es, por ende, de mejor calidad el café. Ja! quien hubiese dicho que una escapadita a este país me hubiese convertido en esta sommelier cafetera que soy hoy.

PIZZA
Clásico de clásicos. Si de comida se trata, es probable que la primer palabra que se nos venga a la cabeza cuando nos dicen «Napoles» es pizza. Si bien la pizza napolitana para nosotros los argentinos es con muzarella y rodajas de tomate fresco, para los napolitanos es una cosa completamente diferente. Y habìa que probarla.
Si bien yo no soy fanática de la pizza europea en general (llevo a Guerrin y a la Avenida Corrientes tatuados en el cuore) debo reconocer que de todas las pizzas que probé, la napolitana es la mejor.

Haré el enorme esfuerzo de olvidarme de la porción de muzarella chorreante de queso que se come de dorapa en lugares hermosos como La Mezzeta o Guerrin e intentaré ser objetiva: la pizza napolitana es buena, porque la mozarella (italian style) es buena. Y tuve la suerte de ir a un lugar donde se comía la mejor del mundo, según varios stickers y cuadritos en la puerta, y la verdad es que la masa también se notaba que era buena. Suave, para nada pesada. Lo único que tengo para criticarle, es que la pedí doble mozarella, creyendo ingenuamente que me iban a traer algo parecido a Avenida Corrientes (ya la mencioné?) y no. La mozarella era un poco más de la habitual, pero nada más. Y siempre, pero siempre, distribuida en el medio de la pizza. Lo cual te obliga a comer primero un montón de masa, hasta llegar al queso y tomate.
Guerrín sigue siendo mi mayor fantasía hasta el día de hoy. A no perderse la experiencia de la pizza en Napoles.
Dato de color: la pizzeria a la que fuimos se llama Sorbillo, queda en el barrio histórico de Napoles, en la Via dei Tribunali. Una semana más tarde nos enteramos que La Camorra, la famosa mafia napolitana, había puesto una bomba en el local durante la noche. Experiencia más local imposible
PASTELERÍA
En Napoles existen muchísimas especialidades de «pasticceria», como le llaman ellos. Nunca vi tantas pastelerias por cuadra como en el centro de Napoli (Recuerdo una especialmente llegando al Quartieri dei spagnoli) Y en la mayoria se vende, por supuesto, café.
De todas las que probé, hay que destacar tres que son, justamente, las más conocidas:
BABÁ
Sus orígenes son franceses, pero lo cierto es que esta suerte de bizcochuelito que se hace remojando la masa dos días en rhum, es un clásico y una obligación si se visita Napoles.
Esas 48 horas de remojo hacen que, a la hora de comerlo, el babá este completamente bañado en rhum. Sin embargo, esto no es suficiente, y a la hora de entregartelo en el plato, los pasteleros tienen unas botellitas preparadas en el mostrador para darle unas ultimas gotas de alcohol. Una delicia.
ZEPPOLA DE SAN GIUSEPPE
Esta fue, con seguridad, mi favorita. La zeppola es una masa completamente rellena de crema pastelera adentro, y por sobre ella. Siempre decorada con una cereza y azucar impalpable. Dulce clasíquisimo de la cocina napolitana.
SFOGLIATELLA
La sfogliatella es probablemente la mas popular de las «facturas» napolitanas. Se venden por todos lados y de sus dos tipos: «riccia» con su masa hojaldrada, y «frola» con la masa clásica. En ambos casos, rellenas con mucha crema pastelera.
Habiendo leído esto, mi mayor consejo es dedicar al menos tres días a Napoles: dos para recorrer, y otro para hacer un tour gastronómico y darse una buena panzada con todo lo que se ofrece. De no ser así, diría que hagan énfasis en tomarse una buena merienda con un buen cappuccino napolitano y alguna de estas tres exquisiteces. (O por qué no las tres?)
(Atención! el Cappuccino en Italia no tiene ni canela ni cacao como lo conocemos en Argentina. Para ellos es un café con leche)