
Marrakech es toda una experiencia.
El hecho de que sea uno de los principales centros economicos de Marruecos la convierte en una ciudad que se ama y se odia con diferencia de una cuadra. No hay punto medio. No hay grises.
Hoy en nuestra vigésima vez pasando por la plaza principal, nos metimos en un local donde vendían camisetas de futbol. Si, venden las casacas de los clubes marroquíes en el mismo cuadrilatero en que hipnotizan serpientes y te tatuan con henna. Así es Marrakech.
La cuestión es que después de negociar el precio con el señor -de 200 dirhams una camiseta la terminamos pagando 150 y con un vasito de té incluido- el hombre nos mostró a su hija, quien contemplaba la plaza muy tranquilamente tomando un juguito de naranja, y acto seguido me dice «para ti, 500 camellos» .
Su español no era muy bueno, entoces me limité a preguntarle «que es eso?» Queria saber que significaba el tema de los camellos porque era la segunda vez que lo escuchaba. Evidentemente, entonces, era la segunda vez que alguien me estaba proponiendo matrimonio por alguna cantidad de camellos, porque el señor se limitó a responder algo asi como «marry» y atiné a sonreír solamente… impunidad de quien no habla la lengua local y puede protegerse en el tímido «jaja si gracias» y salir corriendo.
Con mi mamá nos quedamos heladas. Primero no entendíamos si el tipo nos estaba vendiendo a la niña por 500 camellos, porque fue tanta la velocidad con la que pasó de señalarnos a la nena a decirnos lo de los animales que no entendimos nada. Después no nos quedó duda que el hombre me estaba proponiendo ¿irme? ¿quedarme? con él a cambio de ¿camellos? ¿Cual seria el negocio? No entiendo señor. Expliqueme la letra chica antes de que me estalle el feminómetro.
Unas horas más tarde lo volvimos a cruzar por la calle y la cara de perverso con la que me miró disipó todas las dudas anteriores.

Pero bueno, convengamos que no me sorprende. Desde el día 1 que vengo diciendo que me sorprende la agresividad de los vendedores y que no me siento cómoda en Marruecos y da la casualidad que siempre han sido hombres. Las mujeres, por el contrario, siempre me parecieron agradables, hospitalarias y esto me da pie para contar la segunda parte de una jornada bastante atípica:
Teníamos que llegar a la Gare de Marrakech para tomar nuestro tren destino a Tanger. Fiel a mi estilo de experimentar lo local y evitar caer en el #modoturista, nos tomamos un colectivo desde la Plaza Jamaa el Fna hacia la estación de tren.
Como siempre, y más a esa hora pico como en cualquier ciudad del mundo, el colectivo iba llenísimo de gente y nuestras mochilas generaban incomodidad, tanto a nosotras como al resto de la gente. Nos acomodamos como pudimos, las mujeres con sus coloridos velos nos miraban curiosas: «¿qué hacen estas dos aca?» «¿Por qué se someten a esto?» Estoy casi segura que se preguntaban. De hecho, lo afirmo: una de las señoras que gentilmente nos sostenía desde su asiento nuestra mochila más chiquita, nos empezó a preguntar en árabe (o al menos eso interpreté) por que no nos tomábamos un taxi. Y fue exactamente cuando terminó la pregunta, que empezó la escena que respondía a su interrogante y que justificaba que estuviésemos viajando como ganado: de repente una mujer empieza a gritar en árabe. Al principio, pensé que estaba enojada con mi mamá porque quería pasar y su mochila se lo impedía. Al segundo me doy cuenta que su bronca es con el hombre, quien pienso, es su pareja. La pelea sube de tono, la gente empieza a involucrarse y de repente, la escena se tornó surrealista: eran 70 personas gritando en árabe, todos al parecer opinando de lo que estaba sucediendo que hasta el momento nos era completamente ajeno y no podiamos hacer más que reirnos. Fue algo irreal, era como un cacareo donde nada tenia sentido para nosotras. De repente nos sentimos muy ajenas, porque la situación era tragicómica: algo grave había pasado y nosotras sin entender una palabra, nos daba tanta vergüenza que nos reíamos de los nervios. Y las risas generaban mas vergüenza aún! No queriamos faltar el respeto. Como pude, empecé a preguntar en francés si alguien me podía explicar de que iba todo esto. Y una señora que masomenos hablaba, me explica que el tipo en cuestión la habia manoseado.
Estaba presenciando una suerte de situación de abuso en un país cuya populacion practica mayoritariamente el islam, religión juzgada muchas veces como patriarcal (al menos por el mundo occidental)
De repente sentí orgullo por el modo en que esa chica, con su velo, se defendió: lo habrá insultado por lo menos cinco minutos seguidos sin parar e hizo que el colectivo entero lo termine obligando a bajar. Hasta el mismo chofer intervino en la escena, poniendo orden cual mediador.
En el medio de toda esta situacion horrible, intercambiabamos palabras con las mujeres marroquíes, cuya hospitalidad no puede ser más grande: nos preguntaban de donde veníamos, nos decían cuantas paradas faltaban y hasta la que estaba sentada nos agarraba del brazo para que no nos cayeramos.
Pero para mí, lo más memorable de todo, fue la nena que estaba al lado mío: tendría 7 añitos, y tambaleaba a cada frenada. Entonces, le hice señas que me tomara del brazo y asi lo hizo, con sus manitos pintadas con henna. Cuando me tocó bajarme, me agarró ella, me dijo con su vocecita «merci» (sin ser francoparlante todavía a esa edad) y me dio un beso en el cachete que no me voy a olvidar jamás.
Cuando, finalmente, nos bajamos del colectivo a metros de la Gare, habíamos dejado dentro un grupo de 5 mujeres con sus velos de colores que nos tiraban besos y nos saludaban con sus manos a toda velocidad.