Siempre se vuelve al primer amor.
Eso dicen, al menos. Y hoy descubrí que también existen las historias de amor con objetos. Y esta es la mía.
Esas que ven en la primer foto somos Rougie y yo. Si, mi bicicleta tiene nombre. Rouge es «roja» en francés. Entonces seria algo asi como «rojita» . Ahi estábamos por Avenida Libertador, una de las tantas veces que Buenos Aires nos vió pedaleando por los lagos, esos que tanto añoro hoy día.
Rougie fue un regalo de mi papá, en el 2008. Yo tenía 12 años. Me acuerdo el año porque el día que la fuimos a buscar, me lamentaba que me perdía un capitulo de Casi Ángeles. Y bueno, porque como suele pasar con las historias de amor, no empezó de la mejor manera: Apenas salimos de la bicicletería, a las cinco cuadras, se pinchó una rueda. ¿podes creer que a los primeros 500 mts de tu bicicleta tengas que subirte a la moto con tu papa y volver a casa con una rodado 26 COLGANDO DE LOS BRAZOS? Por alguna razón que hasta hoy ignoro, mi viejo eligió una bicicletería a dos barrios del mío, privandónos de la posibilidad de volver caminando. Asi que «súbite y agarrala bien fuerte que en 15′ llegamos» me dijo. Y ahí ibamos. Mi viejo manejando adelante, y yo atrás, por la gran Avenida San Martin, ¡¡¡¡con una bicicleta colgando de costado!!!! Una locura.
¿Como no me voy a acordar?
Pasaron los años y Rougie se convirtió en mi objeto favorito por lejos. Por una simple razón: me hacía feliz. Me dió libertad! Ibamos de acá para allá, en la calle y en el tren, de un parque al otro, de una avenida a la otra. Hasta nos dimos el lujo de ir a trabajar y andar por el medio de la 9 de julio a las 7AM. Me hizo independiente, ya que dejé de depender de un subte o un colectivo y de estresarme por no saber cuando vienen o si voy a tener espacio para subir: Con Rougie, iba y venía cuando yo quería y con el viento en la cara.
Nos hacía bien a mi mente y a mi cuerpo, porque nos proveía de esas endorfinas tan necesarias para funcionar armoniosamente.
Rougie era mi compañera de aventuras.

Pero un día, esas aventuras tenian que seguir en el otro lado del Atlantico. Y tuve que vender a mi rojita para poder costear la burocracia que eso conllevaba. Asi que un día de 2018, en Corrientes a la altura de Uruguay, la ví por última vez.
Tuve la suerte de que la dejé en buenas manos. Maca, una ex colega y otra aventurera de la vida, se había ofrecido a llevarla, y sobre todo, a cuidarla.
Con el tiempo, la tristeza de haber dejado a Rougie se intensificaba: la vida me proponia un cambio de planes rotundo, y aquellos papeles, ya no me servirían: había vendido a mi rojita para nada. Las vueltas de la vida, que se le va a hacer.
De nuevo en mis pagos, y con 45 días de encierro encima, la necesidad de una nueva bicicleta me llamo nuevamente. Inmensa fue la emoción y la sorpresa cuando alguien me respondió a mi publicación de Facebook «¿alguien tiene una bici para vender?«: «Si querés a Rougie yo te la doy»
Maquita , la cuidadora de Rougie, me la estaba ofreciendo nuevamente. Y a un precio casi simbólico. «Sé lo que esta bicicleta representa para vos, así que cuando quieras veni a buscarla«
Así que no lo dudé. Ayer, permiso para circular en mano, fuí a nuestro reencuentro.

No sabía que la extrañaba tanto hasta que la bajé en mi vereda y me volví a subir. La sensación de libertad, me inundó el cuerpo de nuevo. Después de meses, tengo mi bicicleta y puedo irme hasta donde quiera cuando quiera! Tengo otra vez como ejercitarme haciendo lo que mas me gusta. Tengo mi transporte!
Estoy contenta de ver como todo vuelve en la vida, y a veces esta frase no necesariamente tiene que tener una connotacion negativa.
Y por sobre todo, porque tengo a mi compañera nuevamente.